Empiezo por la más sencillo: yo he nacido aquí;
sigo por las macetas y por el número dos, tan repartido en esta
abertura asomada sobre el río;
y ahora lo mejor: soy el que mira y
deja de mirar, y soy el que saca cuentas de lo que falta para irse.
Un cartel repite la vieja máxima civilizatoria: "organizar
es destruir": por todas partes el cartel:
clavado en el poste, flameando en la velocidad o móvil en la
rueda de la bicicleta.
Sin embargo, decir aquí he nacido
tiene una dificultad; haber nacido es algo a resolver: un cerco
del que ya se han ido los animales y el tiempo pasado.
¿También se habrá ido el porvenir? Una chica
cuenta que el diablo se le ha aparecido: no tiene cara -dice-
sólo unas pezuñas lo delatan,
y baila en las carpas apartando en cada zamba a su dañado.
De esto
quedan pruebas: ahí está la yegua baldada, la higuera rapada en
la nuca,
el rastro de piedras.
Por esa senda -dice la chica- no hay futuro; que es como
decir: vengo
de donde estaba
y este es el sentido de un viaje que no haré.
Otro cartel informa: "cuando el viaje tiene sentido no es
necesario hacerlo";
y se puede corregir: cuando el árbol
tiene sentido no es necesario hacer nada;
cuando tiene sentido el viento, cuando el sentido está a favor
del perro que ladra, del gallo que canta, de la gallina que
cacarea su huevo en la leñera,
no es necesario hacer nada.
Sólo es necesario hacer algo cuando todo empieza a dar
lo mismo: entonces
es urgente;
de ahí
que no sea tan sencillo decir aquí he nacido: empieza a dar lo
mismo, pero esto
es sólo un punto de vista sobre el que otro día podemos discutir.
Santiago Sylvester, poeta (1943) - De "El reloj Biológico" Ediciones del Dock - 2007
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