viernes, 17 de diciembre de 2010

DURO BRILLO, MI BOCA

     Como una grieta falaz en la apariencia de la roca, como
un sello traidor fraguado por la malicia de la carne, esta boca
que se abre inexplicable en pleno rostro es un destello apenas
de mi abismo interior, una pálida muestra de sucesivas fauces
al acecho de un trozo de incorporable eternidad.
      Casi no se diría con los labios cerrados. Más bien sólo
un error, un soplo de otra especie en la obra incompleta. Y 
de pronto un desliz, un relámpago acaso, un salto de animal 
que descorre los bordes del paisaje sobre la sumergida in-
mensidad, y se enciende el peligro y estalla la amenaza. Un 
lugar de barbarie bajo el fulgor lunar.
      Dientes como blancura tenebrosa, verdugos alineados
en feroces fronteras al filo de la luz, amuletos de viva he-
chizeria erigidos en piedras para la inmolación; y en su
sitial el monstruo palpitante, el ídolo cautivo, la leviatán de 
felpa, esta oficiante anfibia debatiéndose a ciegas desde su
raigambre hasta las nervaduras de su propio sabor, de mi 
dulzona insipidez. 
     ¿Quién hablaba de bocas celestiales para la eucaristías, 
para el trasvasamiento con los ángeles? 
Me adhiero por mi boca a las posibles venas del planeta, 
extraigo la sustancia de mi día y mi noche en las arterias
de la perduración, y sólo paladeo brebajes y alimentos adul-
terados por el latido contagiosos de la muerte.
     ¡Ah, me repugna esta voracidad vampira de inocencias, 
esta sobrevivencia siempre colmada y siempre insatisfecha
bajo la mordedura de los tiempos! 
     ¡Y esta risa, con retazos de huesos que iluminan la 
la exhumación a medias de mi cara final! ¡Tanto exceso en la
fatua, innoble alegoría!
     ¡Y tanta ambivalencia en esta boca, bajo el signo de la
carencia y la embriaguez, bajo los dobles nudos ceñidos por
el amor y el aislamiento!
     ¿Aquí no empieza acaso ese maelstrom ardiente que arre-
bata los cuerpos y trueca los alientos y aspira el corazón de
cada uno hasta el fondo del otro corazón, y que a veces de-
uelve sólo un grano de sal, un jirón de intemperie en medio
del invierno?
     Y un poco más acá de lo visible, debajo de esta lengua
que celebra el silencio y escarba en la prohibida oscuridad,
¿no comienzan también las canteras del verbo, las roncas
fundiciones de la poesía, el acceso a las altas transparencias
que hacen palidecer la pregunta y la respuesta?
      Duro brillo, este oráculo mudo.

Olga Orozco, poeta (1920 -1999) De Museo Salva (1974) en Obra Poética-Corregidor 2007

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