A Hugo Caamaño, poeta (1923)
Mi nombre es Hugo y considero. Vengo de un
siglo en donde lo posible hizo de
mí una promesa. Camino una ciudad
incomprendida. No nací en ella
pero tampoco vivo de ella.
El paisaje de un hombre se remonta en la
memoria y se corporiza en algunas
palabras que las ocasiones arrojan como
migas. Rastros que sirven para un
regreso que no animo.
Si digo que soy poeta, también podría no
decirlo pero las afirmaciones
funcionan, aquí, como una duda que parte desde
todos lados. Esto es una
verdad que sirve para contemplar algunas acciones
omitidas.
El recuerdo es selectivo por no decir que
cualquier hombre es un milagro
teniendo en cuenta de dónde es, qué caminos
sopesaron su cuerpo
y dónde finalmente está parado.
Arrastro una mirada meditativa en una época cuya rasgo principal
es la velocidad. En un tiempo creí en el progreso. Ahora me inquieta el futuro encarnado.
Fui maestro cuando las oportunidades dependían
de uno. El monte, no la llanura, me hizo argentino. Fui maestro y la única
lección que puedo
dejar es una cara apedreada por el sentido y una comprensión
de lo posible
que no se complica con el abandono.
A veces me disculpo, mayormente amanezco. De
otro modo no se puede explicar una vida.